miércoles, 9 de noviembre de 2011

4.¿Muerta o muerto?

Me dolía la cabeza, sentía que me iba a estallar. El abdomen lo tenía hecho polvo y la garganta me ardía, junto con los pulmones.
Sudaba y las gotas de agua se resbalaban de mi piel. La fiebre aumentaba y no conseguíamos bajarla.
Me moría.
Era mi tercer día como semivampira y me había negado a probar sangre de ningún lobo, y menos de William, porque moriría por mi culpa y no podría soportarlo durante el resto de mi vida.
Me había unido mucho más a él en esos tres días. Éramos inseparables. Hasta en mis delirios él me acompañaba día y noche.

Por la noche, no podía soportarlo más. No podía fingir que no pasaba nada. No podía seguir reteniendo las ganas de gritar del dolor, así que grité con todas mis fuerzas para desahogarme y hacerle ver a alguien que no quería seguir viviendo y que si me podía matar ya para no seguir sufriendo.
William se acercó mas a mí y grité por segunda vez de un horroroso dolor en el pecho.
"No podemos seguir así Lena. ¡Déjame ayudarte!" Suplicó.
"N...o..." Conseguí articular.
Me negaba rotundamente, pero, sin embargo, ese dichoso dolor, no me dejaba casi respirar.
Grité otra vez, pero esta vez más fuerte.
Era normal que no acudiese nadie a vernos, porque todos estaban fuera, ya sea haciendo turnos de guardia, como cazando.
Grité de puro dolor. Sentí que me desgarraba por dentro.
Entonces, sin previo aviso, me sumí en las tinieblas de la noche eterna.

*


Abrí los párpados poco a poco y me fui acostumbrando a la luz. Me sentía nueva, como si hubiese vuelto a nacer.
Me levanté de la cama y vi que William no estaba. Qué raro. Y lo más raro aún, no tenía ningún dolor y ese era mi cuarto día. Cuando lo pensé detenidamente, me fui corriendo al cuarto de baño a mirarme en el espejo. Seguía siendo igual, salvo que tenía el iris de los ojos morados. ¡¡MORADOS!! ¡¡Oh, no!! ¡William!
Salí corriendo de la habitación y me lo encontré tirado en el suelo.
Empecé a llorar y a abrazarle. ¿Cómo había sido tan tonta? Tendría que haberle dicho que se fuera, que me dejase morir. Ahora estaba muerto y la responsable era yo.
"William, William, quédate conmigo,¡¡ no te vayas!!" Le grité.
Entonces, mientras le abrazaba, me di cuenta de que aún respiraba. ¡Respiraba!
" Te quiero". Fue lo último que dijo, antes de cerrar los ojos y de dejar caer la cabeza sobre mi brazo.
"No, no." Empecé a decir.
Así fue, cuando, por instinto, me enfrasqué en mí misma, y el tiempo se detuvo. Miré a mi alrededor y vi a dos William. Uno yacía inerte en el suelo y el otro era etéreo. Éste último se disponía a marcharse, pero le agarré del brazo a tiempo. Él me miró con desconcierto y sentí que debía besarle para que se quedase junto a mí para siempre. Le besé con delicadeza y le atraje a mí, consiguiendo así que él se introdujese de nuevo en el cuerpo inerte del William real.
Volví en mí y el tiempo siguió su curso normal. Me tambaleé ligeramente y vi la cara pálida de mi novio.
No había funcionado. Mi Don no había funcionado. Le había fallado.
Una lágrima de dolor me resbaló por la mejilla, mientras dirigía la mirada a la pequeña luna que tenía dibujada en el tobillo.
Acto seguido, noté que algo me acariciaba el brazo: era William.
Me miraba con sus ojos azules, tan bonitos como la mar, y respiraba, y desprendía calor, y sonreía, y vivía.
Me tiré encima suya y le recubrí de besos.
"Me has salvado la vida". Me susurró.
"Y tú la mía". Le susurré yo también.


Así, nos fundimos en un beso de amor verdadero, y sentí que nunca nadie jamás nos separaría.

L

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